Mensaje de Bienvenida

Hermanos y amigos: Sean bienvenidos a palabras de mormón, la revista donde podemos conocer a nuestros hermanos en la fe fuera del ambiente eclesiástico y saber más de sus preferencias artísticas, su pensamiento y sus sentimientos. Los invitamos a visitarnos con frecuencia y descubriremos lo maravillosos que somos los santos de los últimos días, incluso cuando no se trata de temas religiosos.

Prólogo a 'El viejo y el mar', de Ernest Hemingway

R. de la Lanza
"Golpeado sin misericordia, pero nunca dominado,
Mascart perdió su título ante Charles Ledoux."

El primer día de septiembre de 1952, la revista Life presentaba en su portada una fotografía de Ernest Hemingway, ya entonces célebre por su obra literaria, y publicaba así por primera vez El viejo y el mar. Habían pasado dos años desde que nuestro autor publicara Cruzando el río y entre los árboles, pero doce años desde su último éxito literario, porque ésta última no había sido bien recibida entre el público y la crítica dudaba mucho que Hemingway pudiera recuperar la grandeza de estilo manifiesta en Por quien doblan las campanas.
Sin embargo, en esta ocasión la revista Life vendió más de cinco millones de ejemplares en dos días; nunca antes esa revista había logrado semejante hazaña. Llovieron los pedidos por adelantado a la casa editora de Charles Scribner, quien era entonces su editor de cabecera, y a quien está dedicado en parte el relato: antes de terminar esa semana, los pedidos eran de más de cincuenta mil ejemplares.
Pero eso no fue todo. El 14 de mayo del año siguiente, mientras paseaba a bordo de su yate, Hemingway escuchó por la radio la noticia de que se le había otorgado el Premio Pullitzer de Ficción “gracias a su maravillosa novela El viejo y el mar”.
Y más aún: un año más tarde (1954) le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura “por su maestría en el arte narrativo, recientemente demostrada en El viejo y el mar, y por la influencia que él ha ejercido en el estilo contemporáneo”.
[1]
La obra que hoy nos ocupa fue la cúspide artística de su autor y de su vida, pues fue la última novela que su ingeniosa pluma y su Corona portátil no. 3 entregaran al mundo.
El autor, su entorno y obra[2]
a) Los primeros años
Ernest Miller Hemingway nació el 21 de julio de 1899 en un suburbio de Illinois llamado Oak Park. Su padre, Clarence Hemingway, un médico devoto, no guardaba una relación muy saludable con Grace, la madre de nuestro escritor, quien lo educó y trató como a una niña durante sus primeros años. Ernest nunca perdonó el extraño y obsesivo comportamiento de su madre, pero fue esta misma circunstancia la que lo atrajo al mundo de la creación literaria: el niño Ernest estudiaba el violonchelo muchas horas diarias por imposición de su madre, cuyos sueños de triunfar como cantante habían sido frustrados, no por la falta de talento, sino por la falta de salud. El tedio de las sesiones de estudio y el aburrimiento le permitían al niño alimentar su imaginación, que se reflejaba en las falsas aventuras infantiles que solía contar a sus familiares. Era tal su capacidad imaginativa que su abuelo paterno comentó alguna vez que si esas facultades se encauzaban para bien, el pequeño Ernest un día sería famoso.
Durante su primera formación académica, en la escuela Oliver Wendel Holmes, conoció y se interesó por la literatura. Aún siendo un chico entre los siete y los once años de edad, sus lecturas eran de índole muy variada. Leía lo mismo las historietas del momento que a Sir Walter Scott, Daniel Defoe y Mark Twain; y desde tan temprana edad, participaba como protagonista en obras escolares de teatro.
Este tipo de actividades “refinadas” hicieron que su padre le procurara otras más “viriles”, a fin de contrarrestar alguna posible desviación sexual motivada por la madre del muchacho, quien, como ya mencionamos, lo vistió y trató como a una niña hasta los cinco años. Fue así como Ernest conoció el apasionante mundo de la cacería y el no menos emocionante de la pesca.
b) El joven reportero

En 1917, al graduarse de la secundaria, anunció a su familia que quería ser reportero y no médico, como era el deseo de su padre. Ingresó al Instituto de Oak Park, donde se consagró a la escuela, no sólo en cuanto a la redacción y literatura, sino también en cuanto al deporte. Practicó el pugilato (boxeo), fútbol americano y natación, además de llegar muy pronto a ser director del diario escolar The Trapeze. Fue en la revista escolar Tabula donde aparecieron sus primeras tres historias, evidentemente influenciadas por sus lecturas de Jack London y Rudyard Kipling. Poco tiempo después, gracias a un tío suyo, pudo contratarse como reportero en el Kansas City Star, por lo que se tuvo que separar de su familia para ir a residir en Missouri. Le esperaba su primera gran aventura.
En abril de ese mismo año, los Estados Unidos entró en un conflicto que tenía asolada a la mayor parte de Europa desde 1914: la Primera Guerra Mundial. No bien se había instalado Ernest en Kansas City, cuando sintió el ferviente deseo de sumarse a las tropas de su país para saciar su sed de acción.
El ejército lo rechazó por una deficiencia visual causada por un accidente deportivo, pero la Cruz Roja lo admitió como voluntario y, sin perder su empleo en el Kansas City Star, viajó a Francia para unirse a las fuerzas de rescate. Fue asignado a una región de Italia, donde trabajó conduciendo una ambulancia. Pero su valor y osadía lo llevaban a realizar actos heroicos de socorro y ayuda, y el gobierno italiano lo condecoró con la cruz de Guerra y la Medalla Argéntea al Valor Militar.
AL término del conflicto, Ernest se muda a Chicago y trabaja para el Toronto Daily Star, donde conoce al escritor Sherwood Anderson, quien le sugiere trasladarse a París y le otorga una carta de recomendación dirigida a una destacada mujer de nombre Gertrude Stein, que patrocinaba un grupo de escritores norteamericanos “expatriados”.
Ernest, ya casado, viajó a París, de donde inmediatamente es enviado por el Toronto Star como corresponsal de guerra a cubrir la conflagración entre Grecia y Turquía, en 1920.

c) El american abroad y la generación perdida[3]
Cuando terminó la guerra entre Grecia y Turquía, Ernest Hemingway se instaló por fin en París. Allí fue recibido por Gertrude Stein en un grupo de jóvenes artistas norteamericanos patrocinados por ella misma. Entre esos jóvenes artistas se encontraban James Joyce, Max Eastman y el ya entonces afamado Ezra Pound, así como Miró y Picasso, luminarias de la pintura moderna.
Fue la propia Gertrude Stein quien acuño el término ‘generación perdida’ para ese nutrido grupo de escritores estadunidenses expatriados (americans abroad) de la posguerra que, huyendo de las políticas y costumbres mezquinas de la sociedad estadunidense, y de su amarga experiencia bélica, buscaron las maternales alas de Europa para alimentar y expresar su espíritu, y se habían cobijado en la calidez de la Ciudad de las Luces.
Lo que Ernest aprendió en el círculo de Stein, en París, marcó para siempre su estilo literario. Se trataba de una postura literaria despojada de toda pretensión frívola. La renuncia a la grandilocuencia daba lugar a una retórica innovadora simple, llana y bella en su concisión, justeza y precisión. La literatura de la generación perdida fue el movimiento estadunidense paralelo al realismo posmoderno latinoamericano y al nuevo impresionismo plástico: se buscaba retratar la vida en la más desnuda de las formas. La producción poética se reduce significativamente para dar paso a la prosa llana y pedestre en la que el mérito del escritor es imprimir la cadencia, el ritmo y el patetismo de la realidad.

d) El ascenso
Es ahí, en París, donde comienza a publicar. Su primera obra fue Tres historias y diez poemas (1923), seguida de En nuestro tiempo (1924), Torrentes de primavera y El sol también se levanta (1926), y una colección de cuentos, Hombres sin mujeres (1927).
En este último año, Ernest se divorció y contrajo nuevas nupcias. Uno de los viajes de luna de miel fue a Cuba y a Cayo Hueso, Florida. El escritor quedó prendado para siempre de la vida portense y la calidez cubana
En 1929 publicó una novela de carácter épico sobre la Primera Guerra Mundial, Adiós a las armas. Fue un éxito internacional, traducido a todos los idiomas y llevado a la pantalla grande. Como corresponsal del Toronto Star, Ernest Hemingway viajó a muchas partes de Europa y entrevistó a personajes célebres e importantes de la política y la sociedad, como Benito Musolini, y respiró la revolución social de la Alemania nazi entre la gente de Colonia.
En ese mismo año, Ernest cumplió su sueño de hacer un viaje de safari. Sus vivencias en el continente negro le dieron material para Las verdes colinas de África (1934).
En 1936, la North American News Paper Alliance invitó a Ernest a realizar la crónica de la Guerra Civil Española. De esa cobertura periodística surgieron Tener y no tener (1937), La quinta columna y las primeras cuarenta y nueve historias (1938), y su obra maestra, digna de discutirse en una edición exclusiva, Por quien doblan las campanas (1939).
Pasarían diez años antes de que Ernest volviera a publicar algo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, nuestro escritor viajó a Londres, donde tuvo un accidente que lo inhabilitó por gran parte del tiempo que duró la guerra. Para 1944, ya estaba acompañando a un batallón aliado que entraba a París para liberarlo de la ocupación nazi. Su comportamiento era desenfadado, permisivo, arrogante e irresponsable: era evidente que Ernest no contemplaba la guerra del mismo modo que la primera vez.
En marzo de 1944, volvió a Norteamérica. Ya había sufrido un par de divorcios y aún lo esperaban más uniones y desuniones. Había comprado una finca y un yate en Cuba, y publicó Cruzando el río y entre los árboles (1950), producto de su desangelada experiencia en la Segunda Guerra Mundial. La obra fue tan mal recibida que se creyó que el mundo presenciaba la caída de un gigante que no se levantaría más.

e) La consagración
El mar, que ha fascinado a la humanidad en todas las eras, también era el paisaje y campo de acción del ‘cuarentón’ Ernest Hemingway. Había trabajado en historias similares, pero no se decidió a escribirlas hasta que en 1952, rodeado de su mar y tropical clima antillano, compuso este epilio en prosa: El viejo y el mar.
Gregorio Fuentes, maestre de El Pilar —el yate de Hemingway—, presumía de haberle dado el material para la novela. Pero algunos pescadores de Cojimar —el puerto en el que comienza la acción, aunque nunca se le nombra en la novela— referían que fue el anterior maestre de El Pilar, Carlos Gutiérrez, quien vivió la experiencia retratada en ella. Unos más dicen que fue un vecino, Anselmo Hernández, quien le platicó a Hemingway una hazaña parecida.
[4]
Ernest Hemingway escribió su novela, recobró su lugar en el gusto público, ganó los más elevados galardones por su oficio, y escribió su nombre entre los inmortales como el clásico contemporáneo que es.
Su muerte, oficialmente un suicidio acaecido en Ketchum, Idaho, el 2 de julio de 1961, se ha ensuciado con las intrigas gubernamentales.
[5] Nosotros preferimos apenas mencionarlo para menguar el escándalo y honrar mejor a nuestro autor.
El argumento
La imborrable marca que su madre ocasionó, así como la alta ética infundida por su padre, el tenaz espíritu deportivo y su predilección por las escenas violentas quedaron plasmadas en cada una de sus obras, en las que se desenvuelve el llamado “héroe hemingwayniano”.
Pero la exaltación de todas esas cualidades humanas, viriles e incluso divinas, llegó con esta pequeña novela que el lector está a punto de vivir:
Santiago es un viejo pescador solitario en un pequeño pueblo portuario de Cuba. Tiene un joven discípulo, Manolín, que le ofrenda su más sincera devoción, pero cuyos padres le impiden ayudarle mar adentro. El jovencito se contenta conviviendo con el viejo antes y después de sus viajes y platicando con él sobre pesca y Joe DiMaggio, el héroe pelotero que se ha repuesto de una afección física seria y ha vuelto a los parques. Han pasado ochenta y cuatro días desde que el viejo pescó su última presa, y los pescadores del puerto se burlan de su infortunio y de su soledad.
El día ochenta y cinco, el viejo se embarca con la esperanza de pescar algo; particularmente desea encontrar un pez enorme del que se habla mucho y se sabe poco. Se interna en alta mar más de lo usual y a mediodía el enorme pez espada muerde el anzuelo. Comienza así la épica batalla del viejo contra sus propias debilidades físicas, el mar, el escaso alimento, la increíble fuerza del pez, el tiempo y su soledad. El pez lo arrastra incansable durante casi tres días mar adentro, hasta que el hambre y la tenacidad del viejo le agotan la vida al coloso.
Para emprender la vuelta a casa, el viejo ata al pez a la parte de debajo de la embarcación. Durante el regreso la presa es devorada lentamente en partes por tiburones, a los que Santiago intenta ahuyentar casi sin éxito. Finalmente, Santiago logra encallar su nave en el puerto que le da hogar y, dejando el esqueleto del enorme pez atado a su embarcación, se tiende extenuado en su rústica cama.
Manolín le procura los cuidados inmediatos y alimentos, y puede presenciar los encomios de pescadores y ciudadanos que hacen alusión al extraordinario tamaño del pez pescado. Aquí es donde vemos la reivindicación del viejo a través de una hazaña ahora imposible de igualar, puesto que el gran pez del que se hablaba tanto, ya ha sido pescado.
El relato tiene un elemento que lo tiñe de un carácter circular. Durante la noche anterior a la gran travesía, Santiago sueña con sus días de juventud, pero no sueña escenas de amor juvenil ni de desasosiego adolescente: sueña con leones paseando en una playa africana, el recuerdo de una expedición realizada mucho tiempo atrás. La imagen acude a él a la mitad de la lucha contra el pez y el mar, y aparece una vez más cuando, agotado por la heroica gesta, se tiende a dormir en su cama.
La historia, con otro famoso precedente ―Moby Dick, de Herman Melville―, ha sido retomada, reinventada y parodiada muchas veces. El propio Hemingway asistió a Leland Hayward en la producción cinematográfica de su novela. El viejo y el mar es hoy lectura de cabecera en la educación elemental de la sociedad norteamericana.
La más difundida y reciente de sus parodias es un episodio de la serie animada de televisión Los Simpson, en el que Homero viaja con su esposa para subsanar su relación marital a un lago famoso porque en él existe un enorme pez gato al que nadie ha podido atrapar. Aún cuando la acción se desarrolla en un solo día, en esta parodia también hay pescadores fanfarrones, una lucha tremenda contra el pez y el posterior reconocimiento de los pescadores, teñido de leyenda.
Las ‘lecturas’
La sencillez de la obra, lo diáfano de la narración, los elementos incidentales alusivos a la alegoría y la religiosidad, y la conexión perfecta entre las emociones, los elementos simbólicos y la acción, han hecho que El viejo y el mar haya sido considerada incluso una obra de corte ‘simbólico’, mediante el cual el autor presumiblemente presenta un mensaje o moraleja. El propio Hemingway se molestó mucho por esta ‘lectura’ de su novela. Parado firmemente en el cimiento de que la literatura carece de tales pretensiones didácticas, expresó que cuando tuviera que dar algún mensaje, llamaría a la Western Union. Por ello, Juan Villoro aclara que “no es que buscara transformar las cosas simples en símbolos”, sino que esas cosas simples “constituyen un lenguaje propio, de sorpresivas conjugaciones”[6]
Sin embargo, el benévolo embrujo de la novela hace que inevitablemente busquemos el fondo más allá del fondo. Mario Vargas Llosa lo postula como la más cuidada “mudanza de anécdota particular en arquetipo universal”,[7] apoyado en el paralelismo explícito entre santiago y el bateador Joe DiMaggio, presente en todo momento en la mente del viejo.
Es también un relato de iniciación. Manolín, el muchacho, parece recibir todo el efecto emocional de las vicisitudes del viejo; y su particular contemplación del mismo, distinta de los pescadores que se burlan del viejo, nos alcanza para seguir a Vargas Llosa y establecer la verdad arquetípica de que aunque el mundo genuino literario sea objeto de muchas burlas e indiferencias, habrá siempre un joven novicio a quien las letras conmuevan en lo más hondo.

NOTAS
[1] Las razones, el discurso de presentación del premio, y el discurso de aceptación del premio pueden leerse en Nobel Lectures, Literatura 1901-1967, Editor Horst Frenz, Elsevier Publishing Company. Amsterdam. 1969. Juan Pablo Morales Anguiano presenta en su biografía de Hemingway, publicada en la colección “Los Grandes” de Editorial Tomo, una traducción bastante aceptable del discurso de aceptación.
[2] Ofrecemos aquí las fuentes de que nos servimos para elaborar este resumen biográfico: Pascual, Arturo M., Hemingway, Barcelona, Océano (col. El lector de...), 2000; Pivano, Fernanda, Hemingway, Barcelona, Tusquets (col. Andanzas), 1986; y Burgess, Anthony. Ernest Hemingway, London (Printed in Spain), Thames and Hudson, 1978.
[3] Véase la evaluación esquemática de la generación que da Brenda Sánchez, en su Prólogo a El viejo y el mar. México. Enlace Editorial (col. Literuni). 2004. También se puede revisar el trabajo de Jorge Aguilar Mora, La generación perdida. México, UAM, Dirección de Difusión Cultural, Departamento Editorial, 1991.
[4] Para una amplia información acerca del origen del tema de El viejo y el mar, véase la exhaustiva obra de Yuri Páporov, Hemingway en Cuba, Traducción de Armando Partida T., México, Siglo Veintiuno Editores, 1979, especialmente las pp. 152-170.
[5] Al parecer, nuestro autor organizó una partida de contraespionaje durante sus años de residencia en Cuba, pero su relación con el FBI estaba muy empañada por sospecha de evasión fiscal. Véase Fernanda Pivano, Op. cit. pp. 221-224.
[6] Prólogo a El viejo y el mar. México. Random House Mondadori (col. Contemporánea de bolsillo). 2004. p. 9.
[7] “La redención por el coraje”, en Letras Libres, no. 15. México. Marzo de 2000. pp. 38-40.